En la primera parte de esta columna, señalábamos que la propuesta de Nueva Constitución (PNC) compartía con los textos literarios seis características. Ya nos pronunciamos sobre las primeras tres. Ahora toca ver las restantes:
4.Es esencialmente interpretable: una cuestión que decepciona a la ciudadanía es que sus normas sean interpretables y por ende dejen espacio para las fantasías más alocadas. Sobre ello es difícil pronunciarse sin solicitar que la hermenéutica que debiera regir la PNC sea la más razonable, pero entiendo que las aguas están agitadas y el temor (“¡te quitarán la casa!”) o la fascinación por el texto (“¡vivirás de un trabajo solamente!”), puede nublar a las personas.
Lo que se echa de menos, eso sí, es un debate más acerca de las concepciones sobre las diversas materias que trata la propuesta, que sobre si las normas señalan tal o cual cosa. Por poner un ejemplo, sería más fructífero un debate sobre los diferentes modelos de reconocimiento a nuestros pueblos originarios en una república como la nuestra, que si tal artículo (exageradamente interpretado) proclama a, b o c. con respecto a ellos. Un debate así conduciría inevitablemente al texto, pero ofrecería primero alternativas intelectuales, antes que opciones normativas donde en su interpretación ha primado la pura emocionalidad.
5.Cumple un rol en el imaginario de la sociedad: ¿en qué pensamos cuando nos acordamos de la mejor novela chilena El obsceno pájaro de la noche de José Donoso? ¿Qué ideas nos vienen a la mente cuando leemos Cien años de soledad de García Márquez? ¿Por qué Kramp de María José Farrada cala tan hondo? ¿Qué nos dice el fuerte impacto que sentimos cuando hemos terminado de leer El daño de Andrea Maturana o El territorio del viaje de Daniela Catrileo? ¿Qué configuran todos estos autores/as?
Pues bien, creo que la buena literatura logra, entre otras cosas, apresar algo del tiempo que vivimos y nos lo pone frente a frente para que, autónomamente decidamos si ello se corresponde con lo que fuimos, somos o queremos llegar a ser. Nos pone frente a nosotros una imagen que si es acertada, se incorporará a nuestro imaginario social, a esa forma de acercarnos al mundo y de vivir con otros.
En el caso de los textos legales, estos cumplen una función similar, cual es, establecer un determinado relato que se ancla en una tradición y que busca dilucidar hoy qué norma puede adaptarse de mejor manera a los tiempos que vivimos. Se trata de un relato normativo, o sea, uno que luego se activará en la realidad, porque el lenguaje jurídico es performativo, produce algo en el mundo, crea un nuevo estado de cosas.
El otro gran texto legal chileno, el Código Civil de 1857, contenía una imagen de la persona, de la mujer, de la familia, de la sociedad, que ha ido cambiando en atención a cómo se ha modificado Chile en estos 165 años. El matrimonio ya no es religioso, la mujer avanza y se encuentra casi en pie de igualdad con el hombre, la división entre hijos legítimos e ilegítimos ya no existe y se ha institucionalizado el matrimonio igualitario, entre otras cosas. La sociedad avanza y el Derecho, mediante la palabra jurídica y su lenguaje, habilita tal mutación.
6.Acceso mediante la lectura: abrirse a la experiencia de la lectura es estar disponible a hacer aparecer frente a nosotros la complejidad de la realidad. No nos interesan los libros que nos ofrecen una imagen chata, precaria, llana, sobre cuestiones que poseen muchas aristas. Así mirado, la lectura de la PNC debiera hacernos preguntar si ella se acopla a la complejidad del mundo que vivimos, que hemos vivido y que dejaremos una vez que ya no estemos por acá. Debería sugerir preguntas como: ¿Qué sensación nos deja su lectura? ¿Qué ideas se quedan con nosotros? ¿Cuáles nos disgustan? ¿Por qué?
Una manera contundente de disipar las legítimas dudas del “Rechazo” y el “Apruebo”, es leer la PNC. Ese ejercicio de lectura autónoma, dialogada con uno mismo y compartida con nuestros pares, puede ayudar a fundamentar de mejor manera nuestra opción para el 4 de septiembre.
Lo interesante de todo plebiscito es que, tal y como ocurre con la literatura, el autor no tiene la última palabra. En este plebiscito la última palabra (“Apruebo” o “Rechazo”), la tiene el pueblo, sus lectores, o ya inmersos en la metáfora novelesca, nosotros, sus personajes.