La ética profesional desde las aulas universitarias

Dra. Silvana Adaros Rojas
Académica de Derecho Procesal UV

Son muchas las reflexiones que han surgido en el mundo académico y del gremio de los abogados al conocer el bullado caso que involucra a un connotado jurista de Santiago tras la filtración del audio de una larga conversación entre el citado profesional, una colega suya recién titulada y un cliente.

Como académica con más de 15 años de experiencia en diversas Facultades de Derecho, me ocasiona desaliento pensar que podemos estar cometiendo graves errores o incurriendo en trascendentes déficits en la formación ética de los estudiantes de Derecho. Específicamente en el área del Derecho Procesal, que es la cátedra que imparto, enseñamos a los estudiantes, en términos muy simples, a conducir las pretensiones de nuestros clientes a lo largo de los procedimientos judiciales hasta obtener que las mismas sean reconocidas en la sentencia definitiva, todo ello dentro del marco de un procedimiento justo y legalmente tramitado. Esta rama del Derecho, que abarca tantas temáticas imposibles de especificar en esta breve columna, es aquella que permite al abogado o abogada definir la estrategia a seguir ante un conflicto jurídico que deba ser ventilado en sede judicial, pero, también define los pasos destinados a evitar un juicio o a mejorar la situación procesal de nuestros clientes tanto en la fase prejudicial como en la judicial propiamente tal.

Soy una convencida que no sólo se puede, sino que se debe enseñar Derecho Procesal desde la ética profesional. Debemos procurar en las aulas universitarias cultivar en nuestros estudiantes no sólo el uso racional de los procedimientos legales y de los derechos que como partes nos asisten en un juicio. De igual manera, debemos lograr que comprendan que muchas veces los juicios no son el mejor camino para las pretensiones de nuestros clientes, que en no pocas oportunidades se impone negociar, pero que una vez dentro del proceso se debe mantener un comportamiento procesal probo y de cooperación hacia el órgano jurisdiccional en la magna tarea de impartir justicia, manteniendo la buena fe procesal y la dignidad profesional a todo evento.

No estamos llamados a impartir docencia universitaria de manera aséptica, exenta de valores como los mencionados: buena fe y dignidad de la abogacía. Cada lección de Derecho, especialmente de Derecho Procesal, debe ser enseñada y aprendida a la luz de estas premisas. Sin embargo, la “cultura jurídica” actual no colabora para el logro de estos valores, los que palidecen y hasta suenan ingenuos en la realidad cotidiana, donde existen series de TV que muestran como héroes a abogados al servicio del crimen y la mafia; casos graves de corrupción en tribunales que hemos conocidos en los últimos años, etc. No habría creído que estos ejemplos pudieran realmente permear a nuestros jóvenes estudiantes, hasta que en una clase on line de esas de la pandemia de pronto me vi haciéndole clases a estos indeseables personajes, cuya imagen era proyectada por los estudiantes en las portadas de sus cámaras apagadas. Y fue ahí cuando empecé firmemente a preocuparme.

Yo no hablaré de los connotados abogados que están involucrados en el caso de los audios, todos los cuales se deben presumir inocentes hasta que una sentencia definitiva firme declare su culpabilidad, pero, sí debo reconocer que la circunstancia de encontrarse involucrada una abogada muy recientemente titulada me ha causado especial desazón. Normalmente cuando se inicia esta carrera se hace con gran ilusión de aportar un grano de arena a la justicia, para luego ser los años de ejercicio profesional, ricos en avatares judiciales, los que en algunos hagan perder la fe en la Justicia, conduciendo a unos pocos a torcer el camino de legalidad. Pero cuando uno se encuentra con una recién titulada moviéndose (presuntamente) en un ambiente de ejercicio profesional alejado de la legalidad y de la más mínima ética, pareciera que las aulas universitarias no han servido de nada.

Pese a la evidencia, sigo siendo optimista, no sólo como abogada a quien las dificultades del ejercicio profesional no han afectado el aprecio por la Justicia, sino también como académica universitaria. Este optimismo no es gratuito, es también oficio, dado que para mantener la fe en la Justicia en el ejercicio profesional hay que perseverar en su búsqueda, con inteligencia, conocimientos jurídicos y con una buena dosis de realidad y paciencia en cuanto al funcionamiento de los tribunales.

Por otra parte, para mantener la fe en la Justicia como académica, también hay que perseverar en la fe hacia el ser humano, estar convencidos de que siempre hay lugar para el desarrollo de valores éticos en las personas ,y de que siempre hay tiempo para conversar con las y los estudiantes acerca de situaciones prácticas que ponen a prueba la firmeza de nuestros valores.

Debemos perseverar todos, abogados, académicos y estudiantes en la premisa de que la ética profesional debe ir siempre por delante del conocimiento, el argumento y la conducta procesal. Pero, también, en tomar conciencia de que para incurrir en una falta ética no se necesita estar planeando el pago de coimas a funcionarios públicos, lo que obviamente más que una falta ética “es un delito”, sino que también incurre en dicha falta aquel que no se forma a conciencia, que no estudia lo suficiente, que una vez titulado acude a un juicio sin haberlo preparado, que hace perder el tiempo a los jueces con peticiones improcedentes, que aconseja a un cliente ir a juicio sólo para cobrar honorarios, etc.

El estudiante que no estudia normalmente reprueba, pero el abogado que no lo hace incurre en una de las más graves faltas a la ética profesional: la ignorancia, contra la cual no hay procedimiento disciplinario que pueda castigarla. -