Tirarle puré a Monet

Camilo Arancibia Hurtado
Profesor de Derecho Civil y Derecho y Literatura
Universidad de Valparaíso

En estos días hemos presenciado diferentes acciones políticas en las que grupos ecologistas irrumpen en museos y se manifiestan en torno a una pintura famosa. Vierten algún líquido sobre ella, se adhieren a sus marcos con pegamento, superponen imágenes en el cuadro o rayan la pared en que están colgados.

Una de las últimas situaciones ha tenido lugar en el Museo Barberini de Potsdam, Alemania, donde dos jóvenes arrojaron puré de papas sobre un cuadro de Monet. Antes le había tocado su turno a Los girasoles de Van Gogh, a una copia de La última cena de Da Vinci, a La joven de la perla de Vermeer, e, incluso, un activista le pegó un tortazo a la GiocondaGioconda.

La performance se completa con un discurso en torno a lo nefasto del uso de los combustibles fósiles y un llamado a la concientización en torno a estos temas.

La seguidilla de acciones ha sido fuertemente criticada y no ha encontrado eco en la opinión pública. ¿A qué se debe esto si la crisis climática parece ser uno de esos temas que preocupa a todo el mundo? Quizás si observamos el fundamento de estas manifestaciones encontraremos la respuesta.

A propósito del puré de papas lanzado al Monet, el grupo responsable de la acción señaló: “¿Qué vale más, el arte o la vida?” Esta pregunta, de larga trayectoria, se puede abordar desde diferentes puntos de vista. En esta columna ocuparemos una perspectiva de medios y fines, con el fin de examinar la disyuntiva planteada.

El arte, por su capacidad para conmover y provocar, es y ha sido un gran aliado para expresar lo que en algún momento de la historia aflige a los seres humanos. ¿Qué fue Madame Bovary de Flaubert, sino la reivindicación de la autonomía compleja de las mujeres? ¿Qué fue el Guernica de Picasso, sino la manifestación de la locura de la guerra? ¿Qué fue la crónica Mineirinho de Lispector, sino una honda reflexión sobre la marginalidad criminal? El arte puede generar en nosotros un conjunto de preguntas, pero para que eso suceda, hay que tratarlo como un fin, no como un medio. Para ello deben darse dos condiciones fundamentales. La primera, es que el arte debe actuar de manera autónoma, libre. Esto quiere decir que no puede recibir directrices para que diga tal o cual cosa. Recordemos que el realismo socialista de Zhdánov mató el constructivismo ruso que intentaba atisbar el futuro de otra forma (el realismo mató el futuro). No puede, entonces, intentarse deliberadamente una pedagogía o moralización a través del arte. Una obra puede lograr dicha cuestión, pero a condición de que no se la obligue a ese camino. Sin embargo, incluso peor que esta primera situación, es una segunda, que toma al arte como mero medio para sus fines, no en base a su contenido, sino con relación a su posición en el campo cultural. Ya no se trataría de obligar al arte a decir algo, sino de decir algo en el lugar que ocupa el arte en la sociedad. Las acciones políticas antes reseñadas, no buscan que las pinturas nos adviertan sobre el desastre ambiental (primera forma de arte como medio), sino que buscan concitar atención para proponer algo con ocasión de ellas (segunda forma de arte como medio). En este caso, un dilema: el arte o la vida. Veamos en qué consiste esta idea.

Casi como si se tratara de la clásica extorsión delictual, la bolsa o la vida, los manifestantes expresan su malestar tomando como rehén diversas obras, hecho que, se entiende, provocará en la opinión pública algún tipo de reacción en aras a protegerlas. ¿Qué rescate piden? Poner término ahora ya a la crisis ambiental (Just Stop Oil). La cuestión, como puede observarse, es absurda. Desde el punto de vista práctico, sabemos que el rescate no tiene sentido, toda vez que las obras nunca corrieron peligro: la mayoría de ellas (sorpresa: las más importantes), están protegidas por gruesos vidrios. Pero no es sólo por eso que la sociedad se niega a respaldar estas acciones. Hay todavía algo más profundo y que tiene que ver con el errado planteamiento de la disyuntiva arte o vida. El problema, para decirlo de una vez, es que la elección que se propone es falsa y, además, contradictoria.

Es falsa porque el arte siempre ha sido vida, esto es, manifestación íntegra y excelsa de lo que somos como humanos. Hoy, cuando la existencia completa de los habitantes de la tierra está en peligro, lo es aún más y con mayor fuerza. No se trata de “un objeto más” versus la vida, como si se tratara de la alternativa entre un barril de petróleo y la vida. No. Es una elección entre iguales. Pero peor, la contraposición que se señala encubre otra, que igualaría al arte con la muerte. Pensando un poco nos daremos cuenta que el opuesto tradicional de la vida es la muerte y, si ese fuera el caso, el dilema estaría dado entre la muerte (el arte) y la vida. Esto no tiene ningún sentido. Esa idea sólo puede provenir de personas que observan en las “naturalezas muertas”, algo así como naturalezas muertas, todo lo cual es de una literalidad básica e infantil. El arte es vida y corresponde a una forma esencial de manifestación cultural.

Por otro lado, se trata de una disyuntiva contradictoria, pues tratar así al arte, esto es, decir algo con ocasión del lugar que ocupa, es hacer un tratamiento utilitario del mismo. Es emplear al arte como medio, cuestión que cuando se trata de la naturaleza, recibe los peores reproches de los grupos ecológicos. En una palabra: no se puede utilizar al arte como el capitalismo utiliza a la naturaleza. La idea de explotar un recurso (el arte, el medioambiente) a como dé lugar para lograr un resultado (advertir de los peligros de la crisis climática, obtener ganancias), es un esquema que ha sido duramente enjuiciado por estos grupos. Un modelo que lo ensalza se denomina “extractivismo” y es un despropósito que sus principales impugnadores se valgan de él para manifestar sus ideas. He ahí la contradicción fundamental.

El arte, lo volvemos a decir, no es un medio para un fin preciso. Plantear el binarismo arte o vida como fundamento de la acción política es no entender los términos precisos de la discusión. El arte es un fin en sí mismo y eso no lo priva de servirnos de alerta para cuestiones tan centrales en nuestro tiempo, como las que estamos viviendo hoy. Pero eso lo obtenemos del arte dejándolo que se desarrolle naturalmente, mientras nos conmovemos o inquietamos con él, sin pretender guiarlo o utilizarlo. ¿Cómo es que, por ejemplo, un ciudadano puede advertir los tonos de la naturaleza, su majestuosidad, sus mutaciones en el día, sino a través de la paleta de Monet, de Van Gogh, una película de Kim Ki-duk? Hay ahí un misterio abierto a los demás que se renueva cada vez que posamos nuestros ojos en estas obras. De ese secreto renacido puede provenir el cuidado para con la naturaleza.

La crisis ambiental debe ser abordada (en eso literalmente nos jugamos el pellejo), no contra el arte, sino desde el arte. Ahí está la vida que resiste a la muerte, en ese lugar nos encontramos como seres humanos.