El rol ético del educador en la era de la inteligencia artificial

Profa. Dra Mónica Arnouil Seguel
Abogada docente
Facultad de Derecho, U Autónoma de Chile

Para nadie es desconocido que la era actual exige aprender a convivir con el desarrollo de un conocimiento tecnológico transformador que nos lleva a reconocer nuevos modelos de racionalidad que vienen a converger autónomos a la puramente humana y que se soslayan hacia la ruptura de paradigmas educativos que respondían al cómo, en qué tiempo y cuándo se puede almacenar, analizar y generar información para el aprendizaje, presentando al docente retos educativos cuyos límites éticos no están determinados, involucrándolo en una suerte de cuestionamiento pragmático finalista de la realidad desde la incertidumbre.

No se puede negar que esta nueva revolución tecnológica nos obliga integrarla a nuestra gestión de la realidad y este es el núcleo de la cuestión, qué y cómo haremos frente a este tremendo desafío que se nos presenta como una intempestiva oportunidad de apoyo para facilitarnos el cumplimiento de metas y desafíos en políticas sociales mundiales e internas y en la resolución de los grandes conflictos que hasta ahora el hombre por sí solo no ha podido resolver u otros que ha solucionado en grandes proporciones de tiempo.

Si nos enfocamos en el contexto educativo, son interminables los procesos y mecanismos que se nos presentan para reducir los grandes problemas que se presentan en educación en el mundo entero, sobre todo, de aquellos sustentados en la desigualdad y la exclusión. No por nada, la UNESCO, hizo un llamado a sus Estados miembros a hacerse parte de esta nueva revolución tecnológica hacia la beneficencia humana, para convocarnos a mirar esta nueva era como una gran oportunidad para replantearnos metas educativas en contextos de consenso, de solidaridad y de innovación.

Como todos los caminos que recién se inician nos encontramos frente a cambios profundos en nuestras estructuras metacognitivas, a revisiones específicas e integrales de cómo enseñamos, para reaprender nuevas formas y métodos de enseñanza, a remirarnos para remirar a quienes educamos, forzándonos a autoevaluarnos constantemente para responder a para qué y cómo aprender.

Ciertamente, es una era de redefinir las claves de los sistemas educativos actuales y al mismo tiempo, para comenzar a definir criterios orientadores con nuestros educandos sobre el cómo bien usar esta nueva e insospechada puerta del conocimiento que, como ya hemos señalado, desde el rol de la educación debe abrirse hacia el mayor desarrollo del potencial humano, siempre y cuando, se corresponda con las metas planteadas desde la racionalidad ética humana. Y aquí, debiera estar el acento y el eje rector de la nueva convivencia con un aliado que nos obliga a cuestionar lo ya conocido y que avanza a ritmos y niveles que no es posible prever con certeza, transformando el orden de las ideas preestablecidas y los hechos educativos ya probados, esto es, abrir nuevos núcleos de racionalidad ética para enfrentar los problemas críticos que surgen día a día en la esfera educativa y que exigen del educador un tiempo importante de gestión, para fortalecer el ejercicio prevalente de la innovación, la indagación y la creatividad de forma más eficiente y efectiva.

Creemos que se debe reflexionar sobre la revitalización del espíritu humano como uno de los grandes desafíos de la educación actual y estimular la autovaloración del potencial interno de quienes formamos, para guiar el cómo asumir decisiones conscientes y autorreguladas al enfrentar los dilemas éticos que nos presenta el siglo XXI.

Me parece que ahí radica la responsabilidad ética de la educación de hoy, ahí se concentra la gran tarea metacognitiva, revitalizar el aprender a aprender como aprendemos desde nuestras capacidades individuales para enseñar a abrazar nuestro espíritu humano como la más grande inteligencia a la que podemos optar ante la incertidumbre, en la búsqueda de nuevas respuestas. Nos volvemos a la ética como instrumento racional que viene a reubicar el rol del educador como formador y transformador de vidas y a generar una puerta abierta hacia la revaloración del conocimiento y de la liberación, como señaló Freire, libertad para todos y entre todos. Articular nuevas formas de resolver conflictos, nuevas formas de reducir lo no deseado, de aumentar lo favorable y solidario, de abandonar patrones individualistas, sin dudas, permitirá un mundo menos excluyente y más resiliente, sólo así, incluidos todos, podremos organizar nuestras respuestas frente a lo deseable y humanamente posible.

Se nos desafía a abandonar una racionalidad meramente instrumental, para trabajar colectivamente en nuevos principios ético-educativos. Es aquí, donde el educador se debe adecuar a identificar nuevos caminos éticos de la racionalidad, desafiando una transmutación valórica que exige un nuevo contrato social entre educadores y educandos. Se requiere generar respuestas precisas e inmediatas ante el gran desafío de no deshumanizar lo aprendido; interrogantes que nos demandan una alianza estrecha con una ética educativa transgeneracional, esto es, lo que llamo una ética que trasciende a lo meramente observable en el plano de las ideas y los valores que sustentan los saberes y conocimientos que pertenecen al campo educativo, para venir a remecer y promover nuevas formas de organizar y planificar el aprendizaje, donde la razón y la moral se unen como aliados imprescindibles para el desarrollo adaptativo de un autocontrol del conocimiento, del desarrollo de una autonomía ética en post de un discernimiento entre lo justo e injusto, por encima de lo meramente funcional.

Esta tarea no parece sencilla, surgen preguntas que aún no podemos resolver, surgen temores que claramente no logramos distinguir, sin embargo, surge también una tremenda oportunidad de reinventarnos en las formas tradicionales de entender la relación del conocimiento y del desarrollo humano; reorganizar para promover un aprendizaje que nos genere libertad para pensar, crear y discernir, fortalecer la inclusión de los saberes y las culturas, fortalecer la práctica interdisciplinar como un ejercicio obligado para avanzar en investigación científica, son sólo ejemplos de las vías de libertad que debemos tomar para convivir pragmáticamente con mecanismos que, contrariamente a nosotros, están condicionados a responder sin sentir a sugerir sin habitar y a convencer sin desear....que este mundo humano que tanto nos ha costado construir, finalmente sea capaz de trascender.-