“Si hubiese tenido talento, éste me habría definido como escritor, compositor, pintor o escultor, y me habría ganado un lugar en la sociedad. Pero el talento es un bien que ni siquiera yo puedo comprar.”
Jerzy Kosinski
“Los nativos llaman al baobab “el árbol del diablo”, porque afirman que el diablo se enredó una vez entre las ramas y castigó al árbol poniéndolo del revés. Para los nativos, las raíces son ahora las ramas, y las ramas son las raíces. Para asegurarse de que no habría más baobabs, el diablo destruyó todos los baobabs jóvenes. Y por eso, dicen los nativos, sólo quedan baobabs ya crecidos.”
Jerzy Kosinski
Kosinski se dio a la fama con su recordada novela “Desde el jardín,” que fuera además llevada al cine con una genial interpretación de Peter Sellers, hace ya varias décadas. Luego ha escrito otras novelas y textos variados que han reafirmado su notable calidad literaria.
El Árbol del diablo, no escapa a este enunciado. Al contrario. La trama de la novela está centrada en la exaltada vida de un joven millonario que hereda la fortuna de su padre, un acaudalado hombre de negocios que domina la producción del acero en Norteamérica, además de otras múltiples actividades financieras, que lo convirtieron en uno de los cinco individuos más acaudalados de Estados Unidos.
Jonathan Whale es un joven que abomina de las instituciones formales, no obstante ser parte, por factores hereditarios, de ese mundo execrable del que, inevitablemente depende. Se autoexilia de su patria eludiendo el servicio militar y viaja por diferentes puntos del orbe, hasta que la muerte de su padre lo hace regresar para asumir los destinos de sus diversas empresas. Allí retoma una relación con Karen, un amor tóxico, autodestructivo, que se entrecruzará con sus ansias de reencuentro, no sólo con esa mujer que será la pasión de su vida, sino y, sobre todo, por una necesidad apremiante de encontrarse consigo mismo.
El simple título del libro nos da la idea de un manejo de las relaciones humanas que escapan al sentido tradicional de las existencias vacuas o carentes de perspectiva.
El dilema perpetuo de Whale será interrogarse qué hacer con esa dádiva recibida: es un multimillonario que en su mundo juvenil lo coloca en el medio de las arbitrariedades que manejan la sociedad del norte. Las caídas regulares a sus adicciones más negativas, su desintoxicación del opio y las drogas fuertes, lo mantienen a la expectativa de “ver” quién es y que ha venido hacer a este planeta. Sabedor de que las condiciones más secretas que gobiernan el pasar de las sociedades modernas están más allá de lo visible, se hace parte de esas decisiones que deberá ir tomando a través de un ejército de individuos que penden, justamente, de subir o bajar, según las circunstancias, cada uno de sus pulgares.
Sus retrocesos, sus búsquedas angustiosas a veces, descarnadas y frívolas en mayor medida, sus descensos a los espacios abisales donde se pierde el sentido de las proporciones, donde la miseria humana se esparce como a brochazos interminables contra el muro de la desidia, la indiferencia y el hastío, hacen que Jonathan Whale sea una especie de náufrago a la deriva en ese maremágnum de ambiciones personales, de codicias ilimitadas, envueltas en una lujuria desenfrenada de la que, ni él ni su supuesta enamorada, pueden escapar. Al contrario. En la configuración de una relación que tiende, por momentos, a avizorarse como una tabla de salvación, subyacen los apetitos disolutos, la desidia y la repulsa a que un sistema opresivo imperial y de castas superpuestas obligan con sus normas impositivas, escritas o no, pero que hacen de la persona humana un fetiche, un recolector de dinero fácil, heredado y multiplicado al infinito.
Whale, entonces, será un esclavo de su tiempo, de esa riqueza que lo coloca por encima de esos seres anónimos que retroalimentan sin pausas sus ganancias y a quienes jamás conocerá de cerca, -salvo contadas excepciones- y que, puestos en la balanza de la historia, engrosan las cuentas bancarias de los poderosos de su país y, por extensión, de los acaudalados del mundo entero. Se añade a su asfixia temporal haber sido el hijo único de unos padres a quienes cuestionó, en sus grandezas y miserias, y de los que nunca pudo liberarse mentalmente.
Kosinski ha introducido en la siquis de Whale, probablemente, parte de su propia autobiografía, circunscrita a una descripción notable de un personaje sumamente agudo, dotado de una inteligencia poco común, de una capacidad de análisis sicológico de su entorno y de una incapacidad para sobrellevar su angustia existencial, que lo sitúa en las antípodas de un héroe americano presa de los clichés, del sueño productivo que detesta, pero del que le será imposible desligarse.
Una novela imprescindible de este escritor polaco y que lo sitúa en la cúspide de su original narrativa.