Enseñar exige saber escuchar (Paulo Freire)
Mi profesor de filosofía, quien además era mi profesor jefe en mi último año escolar, dejó caer sobre mis hombros una frase que pudo ser una condena en mi existencia: sentenció “Con su actitud, nunca llegará a hacer nada en la vida”. No fue sino por mi desparpajo, o por diferenciar entre quién me enseñaba y quién no me enseñaba con amor acerca del mundo, que esas palabras no fueron más que ruido en medio de muchos otros sonidos., de hecho, no me impidieron soñar, ni encontrarme con mis capacidades.
“Usted nunca será abogada”, le dijo a un profesor de Derecho Civil a una querida amiga, madre soltera de 2 hijos menores de 7 años, bailarina y artista, quien, en medio de su necesidad de justicia, tomó la decisión de alejarse de las artes escénicas y estudiar Derecho. Lo supe en el cierre de la perfomance creada por ella, acompañada de sus amigas/bailarinas/soportes, preparada como última evaluación de la cátedra de Derecho Administrativo. En un ejercicio que mezcla la danza contemporánea, textos seleccionados de la catedra y de Eduardo Galeano, se presentó la necesidad de la creación de redes para el fomento del Gobierno Abierto. Redes específicamente de mujeres que se vinculan, soportan y entrelanzan para enfrentar en conjunto un futuro incierto, cubiertas por una manta “tejida” mientras la perfomance se desarrolla. Este bello ejercicio dio cuenta de un proceso de creación/estudio, cuya preparación llevó meses y en que el profesor fue un acompañante que tuvo además la “osadía” de invitar a colegas de Argentina, Costa Rica y Ecuador. El ejercicio performativo académico concluía con una parte colectiva de “devolución”, que consistía en la invitación a sentarnos a conversar, compartiendo frutas, agua o café. Lo interesante es que esta actividad iba a ser evaluada, y superaba con creces a una evaluación tradicional: el arte permitía poner en cuestión la medida tradicional del éxito y desnudaba las dificultades de las mujeres, de las mujeres madres y estudiantes, para desenvolverse con soltura en rígidos cánones de éxito académico. El académico responsable fue capaz de ver la potencia del acto performático, ave rara en Derecho: no hubo sentencia, ni condena, sino reconocimiento y apoyo.
Este bello ejercicio me hizo reflexionar sobre mi propia práctica docente. No obstante haber sido ayudante por muchos años, no fue sino hasta que tuve una cátedra propia en la que enfrenté el desafío de tomar decisiones sobre, por ejemplo, las formas de evaluación, sus instrumentos y relevancia en el proceso educativo, la participación de los y las estudiantes. Así, visto que hemos sido formados como abogados/as, y no como docentes, los mecanismos autoritarios siempre han resultado “más sencillos” para el/la académico/a a cargo en el contexto de una clase tradicional y vertical.
Hoy pienso que inapropiado e injusto resulta que un profesor de Derecho, en medio de un examen, le diga a una estudiante que “nunca será abogada” (por cierto no es algo que dependa exclusivamente de él); y rescató que al mismo tiempo, bajo el mismo alero, otro profesor esté disponible para una evaluación performativa en una disciplina como el Derecho Administrativo. Es urgente sostener la convicción de que enseñar es un ejercicio que requiere de amor por el otro y la disciplina que se enseña, pues en caso contrario está destinado al fracaso: es bueno entendernos como “sujetos amorosos” como siempre nos desafió el Dr. Eric Palma González.
Por medio de esta columna quisiera reconocer la valentía de la estudiante que fue capaz de decir que era ella “quien decidía su futuro”; quisiera relevar al profesor Peter Sharp Vargas, quien demostró amor hacia sus estudiantes y su cátedra; y, por cierto, al maestro Eric Palma González y la maestra María Francisca Elgueta, quienes han tenido la generosidad de formar a generaciones de estudiantes y académicos y académicas que imparten cátedras universitarias y, especialmente académicos y académicas de Derecho, problematizando sus prácticas, planteando a la docencia universitaria como un ejercicio de amor. Así lo sostienen actualmente en sus publicaciones, cursos y diplomados realizados en la Unidad de Pedagogía Universitaria y Didáctica del Derecho, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.