“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer.
Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
A. Gramci
Hay muchas (tardías) explicaciones sobre lo que sucedió en el plebiscito constitucional de salida efectuado en un día tan significativo como lo es 4 de septiembre –día de las elecciones presidenciales bajo la Constitución Política de la República de 1925-. Debido a su importancia, conviene volver a visitar el origen, el proceso y sus protagonistas, el producto, y lo que viene.
Si bien siempre resulta arbitrario señalar un hito como punto de partida de un proceso histórico, creo que resulta manifiesto que hoy existen distintas interpretaciones de cuál es el hito fundante. Hay quienes proponen el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre de 2019. Esta fecha está asociada al acuerdo de la elite política y sus partidos, que permitió descomprimir semanas de revueltas, protestas y acciones que mostraban inviable el actuar de un Presidente que le declaraba la guerra a “un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”, en referencia al pueblo en las calles, y que además perdió a su Ministro del Interior a 10 días del “estallido social”. No obstante, dicho acuerdo no hubiera existido sin el 18 de octubre de 2019, sin estudiantes boicoteando el pasaje del metro, sin los excesos de la rabia ante el abuso que se presentó en todo el país, etc. Esto fue acompañado de la creencia que todo lo que sucedía nos llevaría a un punto que sería distinto del cual se partió. Elijo como hito a este último, que no tiene nombres ni apellidos, pero que, en su anonimato, masividad y fuerza hizo que la elite no continuara mirando solo sus preocupaciones.
Sobre el proceso y sus protagonistas debe decirse que se partió con un fenómeno muy importante en su contra –sin menospreciar el resultado del plebiscito de entrada ni la de elección de constituyentes-: nuestros padres, abuelos o bisabuelos no tuvieron la posibilidad de decidir cómo organizarse socialmente, qué era válido y cuál era la promesa de vida digna para su época, sino que se les dieron cartas otorgadas por otros y estos se encargaron de darles esas respuestas. No se contaba con memoria histórica sobre un proceso tan importante.
Hubo constituyentes que no entendían qué era una Constitución Política al inicio del proceso, otros/as que plantearon grandilocuencias refundacionistas –sin mencionar la propuesta de disolver los poderes del Estado y, en su reemplazo, crear una Asamblea Plurinacional- y otros/as entraron derechamente a boicotearlo –denunciando el cambio de la bandera y el himno o episodios de “intelectuales de derecha” sacando literalmente “la madre” a sus pares-. Esto tenía que tener consecuencias en el resultado final.
El producto, como propuesta de Nueva Constitución, prometió un Estado Social y Democrático de Derecho; la promoción de la igualdad de género; una profunda protección del medio ambiente; la consagración de la autonomía regional: un presidencialismo atenuado y un Congreso con un bicameralismo asimétrico; reconocimiento de la plurinacionalidad y el pluralismo jurídico; así como nuevos temas como desafíos país, un ejemplo de ello es el tratamiento a “los cuidados” y otras materias, que nunca fueron temas relevantes para “nuestra doctrina constitucional”.
Acápite aparte es el reconocimiento de la plurinacionalidad y el trato dado a los pueblos originarios desde el inicio del proceso. Señalo esto, pues se les dio un lugar y cabida sin que se les viera como naciones pares, encontrando intensas reclamaciones sobre cómo se realizó la determinación de sus escaños así como del proceso de consulta realizado, la que se hizo por internet –habiendo muchas localidades en que simplemente no hay señal-, con grandes tensiones entre quién financiaba y ejecutaba esta consulta. Resulta interesante la mirada de Ariel León Bacían, asesor de un convencional quechua por escaños reservados (https://bit.ly/3BXgDFV). Sin perjuicio de sus errores, es un hecho que la propuesta no logró la adhesión que se esperaba.
Lo que viene, es un acuerdo que esperemos reconozca espacios a la sociedad civil, que no castigue a los independientes por el pecado de no militar en los mismos partidos que participaron del sistema que dio origen al estallido social, pues ninguna de las 23 alternativas que iniciaron el proceso de constitución de un partido político ante el SERVEL pudo terminar con un acto que reconociera su legalidad, no importando su ideología. El sistema simplemente pasó por encima de todos aquellos que quisieron generar nuevas alternativas.
Creo que se cometió un terrible error al creer que se contaba con un 80% de adhesión a la centroizquierda e izquierda chilena con los resultados del plebiscito de entrada y la consecuente creencia que se ganarían elecciones por las próximas décadas.
Así como erramos con el 80% del apruebo de entrada, también se yerra al creer que un 62% de los votantes del plebiscito de salida adhieren a la derecha. El triunfalismo de estos sectores llevará a una nueva derrota social si no se cumple la palabra de implementar las reformas que requiere urgentemente la sociedad chilena para poner términos a las injusticias sociales que en cualquier sociedad democrática no se tratan como anhelos, sino como derechos sociales.
Aún tenemos proceso constituyente y la esperanza en que podemos dejar atrás el legado de Augusto Pinochet, Jaime Guzmán y un orden binominal que debe caer a lo largo de este proceso destituyente, dejar atrás los monstruos del claroscuro y permitir que nazca lo que debe nacer.